
Mirada de ángel. Unos enormes ojos verdes adornados con chispitas mostazas que combinaban miríficamente con esa sonrisa a medio mostrar, mas bien parecía una chiquilla maquillada de ancianidad. Su voz dulce y tratar amable, con solo escucharla cualquier mal momento huía; aunque al cabo de un rato ya sabías de qué hablaría en su próxima entrada. Mi pobre Colombitta hechizada.
Tal vez era su linaje italiano, como solía decir su prima «la doña doña». Pero su figura esbelta y un caminar elegante (como el de las reinas de antes) la hacían parecer andar sobre bolitas de algodón. Siempre vestida de lino y chifón, mejillas sonrojadas, labial rosa y perfume de diosa. El tan solo verla era inspirador, sin tardanza te decías: «Cuando tenga su edad, quiero verme como ella».
Podría gastarme páginas enteras admirando la belleza y el noble corazón de nuestra princesa, sin embargo, detrás de tanto esplendor se escondía un terrible secreto; la dulce Colombitta ¡estaba hechizada!
Cada mañana al despertar ella sufría una transformación pavorosa. Los ancestrales hechizos de la gata pendenciera, surtían efecto. Su disgusto a ducharse era tal, que producía desahuciados delirios en ella. Entre llantos, alaridos, insultos y disparos de fluidos, se llevaba a cabo el colosal desafío matutino.
Al término de la faena, «mia dolce principessa» recobraba su forma original. Entre risas, besos y tiernas caricias; cual niña disculpándose por una travesura, el recuerdo de cada mañana se esfumaba. No pasaba mucho tiempo para que iniciara su acostumbrado relato a lo «Corín Tellado». Cómo la magia del amor había llegado a su puerta súbitamente y ella había disfrutado de sus mieles mientras cuidaba de su amado. Un hombre mayor que había sufrido los olvidos y el frenesí que ahora adolecía ella. En algunas ocasiones sus ojos se apagaban, como si causaran un corto circuito al hacer contacto con sus lágrimas. Podía sentir el dolor de sus memorias. Podía leer la nostalgia entre sus palabras y oler el perdón entre sus gemidos:
—Cuando la locura le volvía, no había poder humano que lo calmara; me gritaba palabras obscenas, me lanzaba lo primero que tuviera a la mano y caminaba por toda la casa como en busca de algo perdido, nunca lo encontraba —Decía ella.
—Pero era un buen hombre, cuando no estaba loco me trataba como a una reina. —Agregaba. Tal vez nuestra damita siempre estuvo hechizada y nadie lo notó.
El día de su partida las ventanas no se abrieron; una luz tenue atravesaba el cristal. Su femenil figura yacía en medio de unas sábanas blancas y un camisón azulado. Su respiración se acortaba gentilmente con la incesante danza del tiempo. Aún recuerdo el toque suave de sus manos. Su rostro, aunque pálido, todavía conservaba su bondad. Se fue en medio del silencio y una mirada colmada de ilusión.
Hermoso relato 🌹
Hola Laura, gracias por tu comentario. Tenemos más relatos hermosos para ti 😉
😭😭😭😭😭… Me acordé de mi mamá.
Hola Esther, gracias por comentar, un abrazo 🙂