Suspiros de navidad en el capitán Planeta, 94 años.

Papá Noel/Santa Claus

El sonido paulatino de la sirena de la ambulancia anunciaba su llegada; había sido necesaria tal maniobra debido a su figura voluminosa y una fractura de cadera que lo obligaba a permanecer postrado. Nos pronosticaba una navidad repleta de trabajo.

Minutos después se encontraba frente a mis ojos, no pude encubrir mi fascinación. Era como viajar en el tiempo, sentirme niña de nuevo y probar a todos mis fantasías de aquel entonces; ¡Santa Claus existe y se hospeda en mi casa! De solo recordarlo me sonríe el alma.

Sus cabellos plateados como bordados con hilos de luna, y una barba de la que colgaban montones de diminutos copos de nieve. Ojos de cielo que acostumbrados a las tinieblas, se esclarecían en las pueriles risas de nuestro señor invierno. Solo le faltaba el traje rojo, el trineo y los renos a la espera para completar mi espejismo. 

Los días transcurrían y mi visión ya no me pertenecía, en casa todos hacían alusión a lo mismo. Su encanto era tal, que cada petición hecha por nuestro nuevo huésped era una orden cumplida. ¿Quién querría que la navidad se acabe?

No existían reparos a sus continuos lamentos nocturnos, algunos propios de su posoperatorios; otros, producto de sus delirios. A estos se le sumaban sus estrategias de donjuán que ponía en marcha mientras se le duchaba o hacía el cambio del pañal. sus propuestas cargadas de franqueza y faltas de decoro hacían sonrojar a más de una. La más famosa de todas: «mamacita, chúpamelo un poquito y te llevo a volar a donde tú quieras.»  Sin duda alguna, el hombre sabía hacer negocios. Sin embargo, para su desgracia, todo culminaba entre chanzas y carcajadas.

Mientras no atravesara alguna de sus «crisis«, se le veía callado, abstraído, como meditando en su mundo de sombras. Al principio nos parecía que dormía mucho, pero la teoría fue descartada al descubrir que notaba nuestra presencia con tan solo atravesar el umbral… 

—Ajá, ¿y qué se te perdió?—solía decir.

Su semblante era gozoso y presto. A veces le escuchábamos tararear alguna canción vieja, y constantemente mandaba llamar a su esposa e hija, al igual que a sus amigos más queridos, aunque estos  nunca le visitaron.

Nuestro galán nos dejó un sin sabor con su partida, sus pulmones se cansaron de luchar. Después de algunos avisos de expiración, el día advertido llegó. Los días siguientes se sentían vacíos, como que hacían eco. La navidad había perecido. Extrañábamos su saludo fresco y apacible cada mañana, sus halagos y hasta sus intentos de conquista, que aunque fallidos, alborozaban nuestra jornada. 

Hola, 👋 encantada de conocerte.

Regístrate para recibir nuevas historias.

Un comentario

  1. Así era mi abuelo, gordito de barba blanca y ojos azules. También era muy tierno y amoroso. Todos mis amigos le decían: El Papá Noel de la 80, porque vivía en esa calle. Me lo hiciste recordar😭

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *